Estaba con ella mirando las tantas estrellas cuando el cielo ya estaba oscuro. La humedad del suelo era maravillosa, fresca y relajante, ese olor a naturaleza donde estábamos sentadas las tres me relajaba. Pasaba lentas mis palmas encima del pasto, mojaba mi cara con ese rocío tibio, sentía esa paz que solo se siente cuando sabes que no hay peligro y puedes dormir tanto como quieras. Ya nos íbamos a dormir, estaba oscuro, pero podía ver a mi mamá con su expresión relajada apuntando estrellas y colores con sus largos dedos. Decía sus nombres despacito, que nos cuidaban, que pidiéramos algún deseo.
"Mamá, léenos algo" yo le pedía, como siempre interrumpiendo buenos momentos. "Esta historia me la sé de memoria", y empezó un cuento de planetas, árboles, el mundo antes de ser mundo... "a dormir mi niña, sin más miedo" y no hacía frío aunque estaba oscuro y era un cerro verde con olor a humedad. No hacía falta abrigo ni más luz que las estrellas. Así, mi hermana se durmió a mi lado, con los brazos abiertos, la cara iluminada y una sonrisa tierna, como cuando yo la cuidaba. Nadie decía nada, pero estaba eso bien. Mis dos mujeres de expresión calmada, durmiendo en la humedad, mojadas de rocío y con una estrella en la frente. Yo estaba despierta, pensando que las extrañaría infinitamente al despertar. Sus dedos largos, su voz calmada, la paz que siento a su lado, la-no-necesidad de nada más que estar y ser con ellas la mujer valiente que no he podido encontrar en mí.
Mamá, a veces te extraño y vuelvo a ese sueño para verte, linda. Hermana, ¿cuántos abrazos te debo?
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