21 marzo 2012

Hambre universitaria

Leo mucho, escribo poco. Paseo por la U pero sigo conociendo nada. Me pierdo todos los días y siento el hambre universitaria, el frío de las sillas, cómo se adormecen mis piernas por estar tanto tiempo sentada. Me encanta y me emociona. No me siento sola aunque pareciera que siempre lo estoy. Me gusta ir a clases, me gusta el frío y llegar temprano.

Hay tiempo para todo, hay juventud y ánimo, a los compañeros los noto ansiosos. No les han dicho aún que hay tiempo para todo. Hay momentos de ocio, de risa, de estudio y estrés. Que se pierdan todos los  que vinieron a reírse y reclamar por hambre, frío o excesos de páginas para leer.

Yo lo pido todo: lecturas infinitas y paros porque merecemos algo mejor, una buena nota y una nota mala. Compañeros que no se bañan, que no se callan, que nunca llegan,que llegan tarde. Días de lluvia y sol hasta cansarme. Profes que nos animen, que nos depriman, que nos estresen, que nos hagan reír. Amigas y amigos, desconocidos que caminen conmigo en las mañanas. Choferes mala onda, días perfectos y libros que aburran. Quiero todo, no me perderé nada de este año. Que venga a mí lo mejor y lo peor de una vida universitaria.
Ebria no quiero estar sí. Tengo un hambre animal ahora. Fin.

13 marzo 2012

OnLine

En otra ciudad. Llevo unos buenos días por acá. Estoy sola, como tantas veces. Algo contenta, pero no sé cuánto. Tengo orden en mi vida, o eso intento. Vivo con mis reglas: en la cocina no hay nada animal. Ojalá tuviera a alguien que le guste comer lo que cocino y reclame si quiere por lo desabrida que soy o me diga que hay que salir un rato de la casa. Sola siento que el mundo se estanca, las horas pasan leento y puedo leer y releer todos mis libros durante semanas, despertar y tomar desayuno tres veces o ser tragada por la tierra simplemente. Que me olvide el mundo nomás, no hay problema.

11 marzo 2012

Raros consejos de la abuela

Mi abuela solo reaparece en funerales, cuando ya nadie la extraña. Cosa anormal, entonces, que nos haya visitado hace una semana porque no ha muerto nadie conocido. Siempre confunde mi nombre, no tiene idea de mi edad. Mírame, ¡ya soy adulta!, no me gusta ese apodo. Hola, abuela, no te he extrañado pero que bueno que vives. Huele a ruda, esa hierba mágica.
Bronceada, pecosa y en tacos altos; el pelo sin brillo, no es como mi mamá. No nos parecemos en nada. La abuela es hembrista, y detesta a los hombres. Pero es machista también: esas contradicciones... Siempre que me ve opina que debo arreglarme más (para conseguir un buen hombre), que no debo limpiar ni baños ni trapos, que valgo más que eso. (De todos modos, nunca lo hago). Que hijos no. No tengas hijos, me dice. Quizás siga ese consejo... no hablamos tanto tampoco, se despidió temprano sin decir si volvería ni dónde estará viviendo este año.

Me desconcierta, mi abuela me mira asustada, a mí y solo a mí, no a mis hermanas. Siempre me abraza muy fuerte, me mira con tristeza (quizás), sé que debo recordarle a ese hombre que le hizo daño. Mi abuelo, el tal Peter. Llevo en mi una carga, ese peso de recordar malos momentos a algunas personas. Pero ya pasó, no veré a mi abuela en un buen tiempo.