02 enero 2011

La mujer de lata

Manitos de lata,  pequeñas, inseguras, apretadas en un puño pequeñito también. Piernas de lata en rígida postura, enfriadas, inservibles; brazos de lata, finos brazos cruzados en el pecho metálico. Cadera de lata, de metal como lo demás... así sucesivamente con todas las partes de su cuerpo, su cuerpo de mujer. Cintura, rodillas, cuello; y lo demás que por definición debiera tener. Es una persona común, ha nacido niña, de corazón pequeño y pulmones metalizados.

Señorita de metal, mujer de lata, Metalina... sobrenombres no le faltaban. Iba al colegio, se sentaba y escuchaba las clases con sus oídos de lata. Retumbaban ahí dentro las enseñanzas de la escuela. Por las noches oía el eco de lo aprendido, de lo escuchado, de lo vivido... Así, le era difícil olvidar algo. Su inconsciente atrapaba los ecos de su cabeza y proyectaba en sueños, cortometrajes de enseñanza.

-¡Prodigio!
-Inteligente y muy educada.
-Excelente alumna, memoria fa-bu-lo-sa... mira sus notas.
-Felicitaciones, mejores notas de la clase, la chica más inteligente de su curso.
Algún día sería grande, no estatura de gigante, grande en actitudes, llena de conocimientos.

La chica de lata, mecánica en su andar, no entendía el éxito de su etapa escolar. Tampoco entendía emociones; nadie supo explicarle el significado de una sonrisa. No entendía definiciones de una emoción, guardó abstractas las explicaciones de sentimientos. No soñó con un llanto, no visualizó el amor. Daba igual cuántas veces contemplara expresiones de rabia, aburrimiento, tristeza. A veces daban vueltas en su cabeza, sin llegar a comprender.

¡Lloren!, ¡sufran!; rían o griten a su lado...comprueben su indiferencia, siéntanse invisibles frente a sus ojos oxidados. Metal corroído, de colores extraños. Dos ojos rasgados que, tras años de sal y agua, parecieran estar siempre cerrados.

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